martes, 16 de noviembre de 2010

Se hacen tarjetas de presentación.

Hablando de cosas aleatorias. Como que una está sentada tranquilamente en su trabajo, tras haber derramado con parsimonia refresco sobre la laptop, peleando con un archivo de tarjetas de presentación y las teclas pegajosas ("a" y "s" en particular), cuando escucha a unas viejitas debatirse afuera de la oficina.

Así, una se asoma, con curiosidad un tanto morbosa, y resultan ser la dueña de la oficina, tía del jefe, y su hermana, mamá del jefe, que vinieron en taxi sin previo aviso. Se presentan, aunque conozco de antemano a la  mamá de mi jefe, y entran. Al fin que es su casa.

Yo no entiendo hasta que entran y todo el desorden a mi alrededor, surgido de la noche a la mañana, tiene sentido: son cosas de ellas. Les ayudo a sacarlo todo y ponerlo en el asiento trasero del taxi: unas cubetas, ropa, bolsas de compras con objetos surtidos. Se mueven lentas, y me tratan con condescendencia. No quieren imponerme, molestar... Me hacen sentir como si quien tuviera problemas motrices fuese yo, me matan de ternura.

Terminamos en dos viajecillos y ellas comienzan a dirigirse a la puerta. Me hablan como si me conocieran de toda la vida, y la mamá de mi jefe me regala, porqué no, tres anillos de lo que parece ser plata con piedras varias (creo que una es un ópalo rosa).  Me los pone en mis dedos regordetes con sus manos temblorosas, me planta un besazo en mi cachete y se despiden, no sin antes recordarme que cierre bien todas las puertas para que quede segura.

Vaya forma de imponerle a una la sonrisa del día de hoy.

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