martes, 2 de julio de 2019

A posteriori.

A veces no sé que hacer con este sentimiento de culpa. Esta culpa por estar viva mientras otros no lo están. Sé que no puedo realmente hacer nada más que seguir con el plan que hay para mí, o con mi destino fortuito, pero inevitablemente la muerte me hace sentir que es importante centrar mi atención en lo que soy hoy, lo que tengo, lo que vivo, lo que disfruto, lo que sufro, lo que hago y dejo de hacer. Es como si, sin aviso previo, me pusieran un espejo enfrente, me hicieran salir de mí para entender el todo. Es el momento de fin de curso, cuando hay que firmar la boleta y no sé si me fue bien o no. Para mí, lo que le pasó a mi mamá sigue siendo todos los días una llamada de atención, un jalón de orejas, un recordatorio de que no tenemos nada garantizado y que en esta vida llena de carencias y privilegios, de extremos y contradicciones, todos tenemos el mismo destino final. Y sí, tal vez tenga que poner mis barbas a remojar. Este año ha sido un subibaja. Tomar algo de control de lo que está en mis manos sería lo mejor.
Mi primo se fue. No parecía su momento, no parecía justo, y sin embargo, el final le llegó el día que le tocaba. ¿Cuál propósito tiene su ausencia en esas vidas tan entrelazadas y necesitadas? Parece una mentira, un quiebre en la realidad.